Friday, September 14, 2007

Sólo los más grandes

Sí, a algunos el destino nos ha hecho especiales, y nuestros caminos no están hechos para ser transitados por el resto de los mortales. Sólo así se explica mi entrada triunfal en Barcelona. Alberto, uno de mis ex-jefes, lo diría de otra manera: no apto para menores. Eso sí, a diferencia de la Operación T-4, esta vez no tengo ninguna gana de contar nada de lo que pasó ayer, y es que aún me tiemblan las piernas. Pero bueno, aprovechando este rato de soledad conmigo mismo, y suponiendo que yo también me reiré en breve de todo esto, pues lo cuento.

Pues bien, digamos que el viaje Madrid Barcelona fue casi un éxito. Por la mañana alquilé un coche, un Citroën C-3 para ser exactos (no había más que esa marca, que no me gusta nada, pero ajo y agua), pero como luego no tenían ese modelo en stock (para que veáis lo que ha avanzado mi lenguaje económico-financiero) me tuvieron que dar uno mejor, un C-4, lo cual me congratuló una barbaridad: si tenía un número más, seguro que corría más. El alquiler fue como una carrera de obstáculos, pero que fui superando fácilmente: la compañía que había elegido no me permitía dejar el coche en Barcelona, por lo que tuve que elegir otra; luego era necesario tener tarjeta de crédito en sentido estricto (es decir, no valía con una de débito), por lo que tuve que enhuertar a mi hermana y hacerla venir desde donde el viento da la vuelta para que me avalara con su tarjeta... en fin, que iba de triunfo en triunfo: minucias, peccata minuta. Finalmente conseguí el coche, y me fui a casa a cargarlo.

Antes de salir pasé personalmente por donde el viento da la vuelta para que mi hermana me diera unas cosas, y ahí tuvo lugar el primer percance. En su momento no lo valoré, pero realmente fue ya un aviso de lo que vendría después. Para salir de donde el viento da la vuelta, me dijo mi hermana que siguiera su coche hasta la última rotonda, y que en esa última rotonda cogiera el camino de la A-2 Madrid-Barcelona (en lugar de seguir siguiendo de seguido su coche). Así lo hice (tranqui Mili, eso lo hice bien), pero luego erré y en lugar de salir en dirección Barcelona me fui casi hasta Madrid. Otra vez minucias, pero esta vez deberían haberme puesto en guardia: el nivel de gafismo se salía de lo normal.

Del resto del viaje, hasta el Hecho, nada: normalidad absoluta. Comí a lo camionero, es decir, mientras conducía (nunca los había utilizado: ¡qué útiles son los porta-latas!); reposté a lo camionero; (...) a lo camionero; en fin, todo muy sencillo. La verdad es que el coche tiraba bastante, la música era buena y la compañía fantástica (yo mismo), con lo que todo pintaba muy bien. 374 Km. para Barcelona, 199, 75... ya casi estábamos. Es en estos momentos cuando el ingeniero que llevo dentro sale a la superficie: había quedado a merendar, y no pensaba llamar y decir "oye, he calculado mal, llego más tarde" No, iba a llegar. Mandé un mensaje a mi amigo diciendo, en tono triunfante, que en tres cuartos de hora estaría allí, vamos, que llegaba perfecto... jajajaja, fueron 45 minutos muy muy largos, y otro plan perfectamente trazado hecho trizas.

Fui eligiendo los caminos de entrada a Barcelona sin tener muy claro si iba bien o no, hasta que vi un letrero que decía "Av. Diagonal": había acertado. Fue entonces cuando saqué mis mapitas de google, para no perderme, porque no pensaba perderme... además, justo antes de la Diagonal el tráfico se espesó, con lo que podía estudiarlos de nuevo sin problemas... ¡BUM! Es curioso, fue todo muy rápido, pero recuerdo ver el capó plegarse como un acordeón, y comenzar a salir humo. Sin embargo, fue tan rápido que no pensé que fuera un tortazo muy tremendo. Eso sí, los trajes que estaban en la bandeja de atrás pasaron al asiento del copiloto, como diciendo "venga, ¡vístete!". Todo lo que estaba en dicho asiento ahora estaba tirado por el suelo (Mac inclusive), pero no me preocupó en absoluto. Sólo pensé algo así como "joder, la que acabo de liar", mientras abría la puerta. Perdonad el vulgarismo, pero creo que añade bastante realismo a la escena, y no es nada en comparación con los vulgarismos que llegaron a mis oídos una vez salí del coche: qué gente, qué poco sentido del humor... El dueño del coche de delante, un chico de mi edad más o menos, no parecía muy contento: no sé, tampoco tenía el maletero tan destrozado, y además su maletero no humeaba, y sin embargo mí capó sí, y mucho (de hecho, pensé que iba a estallar o algo así). Alcé la vista y, entre el humo, vi algo que me extrañó: no sólo este chico salía de su coche... los ocupantes de los tres o cuatro coches siguientes también se bajaban, y todos profiriendo vulgarismos similares a los del dueño del maletero siniestrado. "Ay, ay, ay, que esta va a ser muy gorda" fue lo que me vino a la cabeza. Para entonces, el ingeniero había desaparecido (qué cobarde, ahora que llegaba tarde, jejeje), y había dejado únicamente al Gonzalo de 12 años: sip, la verdad es que tenía unas ganas de llorar y de largarme corriendo in-cre-í-bles: "¡¡¡Mamaaaaaa!!!".

Pero no, era el momento de que apareciera el Gonzalo que iba a hacer el IESE, el masterman, el gran Gonzalo...

Bueno, vale, pero eso será después, porque: a) estoy hecho polvo, deprimido y no me apetece escribir más; y b) Gonzalo el pringao tiene que llevar el parte del tortazo de ayer a la compañía de alquiler (¿habrá más vulgarismos esperándome allí?) y deshacerse de estas gestiones cuanto antes. Por tanto, aquí lo dejo por ahora. Espero que
to be continued...
si encuentro fuerzas. Adeu.

PD: un refrán indio que viene al caso (de hecho me lo acabo de inventar), para que os lo apliquéis: reíros sin temor, y todo irá mejor.

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